La Santísima Virgen sabía que había dado a luz al Salvador de la humanidad y sabía lo que se había escrito sobre las pruebas y la posterior muerte del Salvador. Aunque su corazón estaba profundamente conmovido por este favor de dar a luz al niño Jesús, su corazón quedó apesadumbrado y turbado, e inmediatamente entendió y aceptó la profecía de Simeón. A través de Simeón, supo más claramente y con mayor detalle qué sufrimientos y qué cruel muerte le esperaban. Ella sabía que Él sería perseguido y enfrentado en todos los sentidos, y cada vez que veía a su Hijo, constantemente recordaba el sufrimiento al que estaría sujeto, y su sufrimiento se convirtió en el suyo propio.

Oración: Amada Madre María, cuyo corazón sufrió insoportablemente por nuestra causa, enséñanos a sufrir contigo y con amor, y a aceptar todo el sufrimiento que Dios juzgue necesario enviarnos en nuestro camino. Suframos, y que nuestro sufrimiento sea conocido sólo por Dios, como el tuyo y el de Jesús. No dejes que mostremos nuestro sufrimiento al mundo, para que importe más y se use para expiar los pecados del mundo. A ti, Madre, que sufriste con el Salvador del mundo, te ofrecemos nuestro sufrimiento, y el sufrimiento del mundo, porque somos tus hijos. Une esos dolores a los tuyos y a los del Señor Jesucristo, y luego ofrécelos a Dios Padre. Eres la Madre más grande que todas las demás.

El corazón de María se rompió y su mente se turbó mucho cuando José le reveló las palabras del ángel: debían despertar rápidamente y huir a Egipto porque Herodes quería matar a Jesús. Rápidamente la Santísima Virgen tomó a su Niño y dejó todo lo demás, corriendo delante de José para que se apresuraran como Dios quería. Su corazón se turbó profundamente al ver la incomodidad de su pequeño Hijo, y sufrió mucho porque Él tenía frío y estaba temblando. Mientras ella y su esposo estaban cansados, soñolientos y hambrientos durante este largo viaje, el único pensamiento de María era la seguridad y la comodidad de su niño. Ella temía encontrarse cara a cara con los soldados que habían recibido la orden de matar a Jesús porque sabía que el enemigo todavía estaba en Belén. Su corazón permaneció constantemente angustiado durante esta huida. También sabía que a donde iban, no habría rostros amistosos para saludarlos.

Oración: Madre amorosa a la que amamos, soportaste un sufrimiento que no podemos nombrar, al llevar al destierro al niño Jesús; enséñanos a aceptar nuestros sufrimientos diarios. Enséñanos a ser valientes para que nunca nos desanimemos cuando el mundo nos rechace o nos persiga. Ayúdanos a proteger la vida de Jesús que vive en nuestros corazones ya que los celos del diablo hacen todo lo posible para expulsar esta vida con Jesús. Madre amorosa, tú que sufriste mucho a causa de este destierro, hoy te ofrecemos a todos los refugiados. Guárdalos de la desesperación para que entiendan que el Todopoderoso está con ellos dondequiera que estén. A ustedes a quienes se les negó el derecho a poseer y a llenarse de alegría en su país, les ofrecemos a quienes se les viola el derecho a vivir en libertad.

María vio a Jesús cargando solo la pesada cruz, la cruz en la que iba a ser crucificado. Esto no sorprendió a la Santísima Virgen porque ella ya sabía de la proximidad de la muerte de nuestro Señor. Al notar cómo su Hijo ya estaba debilitado por los numerosos y duros golpes dados por los garrotes de los soldados, se llenó de angustia por Su dolor. Los soldados siguieron apresurándose y empujándolo, aunque ya no le quedaban fuerzas. Cayó exhausto, incapaz de levantarse. En ese momento, los ojos de María, tan llenos de tierno amor y de compasión, se encontraron con los ojos de su Hijo, que estaba dolorido y ensangrentado. Sus corazones parecían estar compartiendo la carga; cada dolor que Él sentía, ella también lo sentía. Sabían que nada se podía hacer excepto creer y confiar en Dios y dedicarle sus sufrimientos. Lo único que podían hacer era poner todo en manos de Dios.

Oración: Madre amada, afligida por el dolor, ayúdanos a sobrellevar con valentía y amor nuestro propio sufrimiento para que podamos aliviar tu corazón doloroso y el de Jesús. Como tú sufriste, enséñanos a sufrir en silencio y con paciencia. Concédenos la gracia de amar a Dios en todo. Oh Madre de los dolores, la más afligida de todas las madres, ten piedad de los pecadores del mundo entero. Haz que no queden defraudados los que acuden a ti en busca de refugio, consuela a las madres que han resultado gravemente heridas al ver a sus hijos asesinados. Consuela a las madres que están afligidas por el inmenso dolor que les produce la pérdida prematura de sus hijos que con tanta ternura les sonreían y les llenaban de alegría. Consuela a los niños que son víctimas de un juicio como el de Pilato aun cuando no saben lo que es el pecado. Consuela a los hijos que llevan la pesada cruz de la vida siendo aún muy pequeños. Consuela a los que son injustamente acusados y llevan sobre sus cabezas muchas cargas.

La Virgen María subió al Monte del Calvario con Jesús, llevando en su corazón la misma cruz que su Hijo llevaba sobre sus hombros. Mientras caminaba, vio cómo su Hijo tropezaba bajo la cruz. Cómo lo estaban golpeando para que siguiera adelante. A menudo caía bajo la pesada carga y lo levantaban tirando de su cabello. Cuando llegaron a la cima del Calvario, lo obligaron a desnudarse frente a sus detractores, quienes felizmente se burlaban de Él. Su madre sintió todas estas cosas tan profundamente que sufrió un dolor amargo al ver a estos hombres malvados humillando y burlándose de su hijo hasta que finalmente lo crucificaron frente a los ojos de la multitud. Cuando Jesús fue clavado en la cruz, la Virgen María sufrió en su corazón, como si ella misma estuviera clavada en la cruz. Jesús pasó seis horas en extrema agonía al ver a su afligida madre, al pie de la cruz.

Oración: Amadísima Madre, reina de los mártires, danos el valor que tuviste en esos momentos tan dolorosos, para que podamos dar gracias a Dios a través de todos los que nos hacen mal, y así sumarnos al perdón que Jesús concede a todos. Ayúdanos a unir nuestros sufrimientos a los tuyos y dar gloria a Dios. Ayúdanos a seguir todos Sus mandamientos y los de la Iglesia para que el sacrificio de nuestro Señor no sea en vano, y todos los pecadores del mundo se salven.

José de Arimatea y Nicodemo bajaron el cuerpo de Jesús de la Cruz y lo colocaron en los brazos extendidos de la Santísima Virgen. María pudo ver las terribles heridas de los azotes que Jesús había recibido mientras estaba en casa de Pilato. María descubrió que las heridas de los clavos eran menos graves que las causadas por los azotes y por llevar la Cruz. Vio el círculo de sangre que la corona de espinas había hecho en Su frente y la Santa Madre supo que Su muerte agonizante era mucho peor que la tortura reservada para el más malvado de los criminales. Mientras limpiaba el cuerpo mutilado de su Hijo, lo imaginó durante cada etapa de Su corta vida, recordando la primera mirada a Su hermoso rostro de recién nacido mientras yacía en el pesebre, y todos los días desde entonces hasta este momento desgarrador mientras lavaba suavemente Su cuerpo sin vida. Su dolor fue implacable mientras preparaba a su hijo y señor para el entierro, pero se mantuvo valiente y fuerte, convirtiéndose en la verdadera reina de los mártires. Mientras lavaba a su hijo, oró para que todas las almas del mundo abrazaran el amor de Dios, para que la torturante muerte de su Hijo beneficiara a toda la humanidad y no hubiera sido en vano.

Oración: Te agradecemos, amada Madre, por tu valentía mientras estabas cerca de tu hijo agonizante para consolarlo en la Cruz. Cuando nuestro Salvador exhaló su último aliento, te convertiste en una Madre maravillosa para todos nosotros; te convertiste en la Santísima Madre del mundo. Te pedimos que nos ayudes a ser valientes y fuertes cuando nos enfrentamos a la muerte de un ser querido, y a ofrecer a Dios nuestros sufrimientos y angustias en nombre de cada alma. Sabemos que nos amas incluso más que nuestros propios padres terrenales, y te imploramos que seas nuestra abogada ante el trono de la misericordia y la gracia para que podamos convertirnos verdaderamente en tus hijos. Te damos gracias por traernos a Jesús, nuestro salvador y redentor, y le damos gracias a Jesús por entregarte a ti a nosotros.