Novena del Sagrado Corazón
(St. Margaret Mary Alacoque)

La devoción al Sagrado Corazón comenzó ya en el siglo II y continuó a lo largo de los siglos. Los santos y otros escritores cristianos enfatizaron el costado traspasado de Cristo como la fuente inagotable de todas las gracias para la humanidad, y destacaron la sangre y el agua que brotaron de Su Corazón como símbolos de los sacramentos de la Iglesia. En el siglo XII, el enfoque en el Sagrado Corazón cambió de ser un símbolo de los sacramentos a ser el símbolo del Amor Divino hacia la humanidad. Esto se basó en escritos de santos como San Anslem, San Bernardo de Claraval, Santa Gertrudis y Santa Matilda. Las comunidades religiosas ayudaron a difundir la devoción al Sagrado Corazón de Jesús en todo el mundo.

Sin embargo, no fue hasta el siglo XVII que esta devoción fue universalmente aprobada y promovida en toda la Iglesia Católica, luego de que Nuestro Señor mismo se apareció a Santa Margarita María de Alacoque entre los años 1673 a 1675. En una aparición, Jesús le dijo: “Mi Divino Corazón está tan apasionadamente enamorado de la humanidad, y de ti en particular, que ya no puede contener las llamas reprimidas de su ardiente caridad. Deben estallar a través de ti”.

Nuestro Señor lamentó la indiferencia y la ingratitud de la mayor parte de la humanidad y pidió la comunión reparadora los 9 primeros viernes. También solicitó que se celebre una fiesta litúrgica especial a Su Sagrado Corazón en la Iglesia Universal ocho días después de la Solemnidad del Corpus Christi. En aquella fiesta pidió un acto solemne de reparación por todas las ofensas que se le habían infligido en el Santísimo Sacramento. Desde entonces, muchos Papas han escrito sobre la inmensa importancia de la devoción al Sagrado Corazón, entre ellos: León XIII, Benedicto XV, Pío XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Poco después de sus visiones del Sagrado Corazón, Santa Margarita escribió una oración llamada Novena Eficaz al Sagrado Corazón de Jesús. La redacción es muy similar a la Novena Urgente al Niño de Praga, cuya devoción y milagros comenzaron a principios de 1640 (unos 35 años antes de que ocurrieran las apariciones del Sagrado Corazón). En el siglo XX, San Padre Pío popularizó esta novena del Sagrado Corazón rezándola diariamente para todos los que le pedían oraciones, y recomendó encarecidamente esta novena a sus muchos hijos espirituales. Se puede rezar en cualquier época del año, o incluso rezarse todos los días del año como lo hacía San Padre Pío, pero tradicionalmente se reza nueve días antes de la Solemnidad del Sagrado Corazón.

Reza todas las oraciones cada día de la novena

¡Oh, Jesús mío!, que dijiste: “En verdad les digo, pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá.” He aquí que yo llamo, yo busco, y yo pido la gracia (mencionar la gracia que desea pedir).

Ora 1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria al Padre

Sagrado Corazón de Jesús, pongo toda mi confianza en ti.

¡Oh, Jesús mío!, que dijiste: “En verdad les digo, todo lo que pidas a Mi Padre en Mi nombre, Él se lo concederá.” He ahí que yo, al Padre Eterno y en Tu nombre, le pido la gracia (mencionar la gracia que desea pedir).

Ora 1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria al Padre

Sagrado Corazón de Jesús, pongo toda mi confianza en ti.

¡Oh, Jesús mío!, que dijiste: “En verdad les digo, pasarán los cielos y la tierra, pero Mis palabras no pasarán jamás.” He ahí que yo, confiando en la infalibilidad de Tus santas palabras, pido la gracia (mencionar la gracia que desea pedir).

Ora 1 Padre Nuestro, 1 Ave María, 1 Gloria al Padre

Sagrado Corazón de Jesús, pongo toda mi confianza en ti.

¡Oh Sagrado Corazón de Jesús!, al cual le es imposible no sentir compasión por los infelices, ten piedad de nosotros, pobres pecadores, y concédenos las gracias que pedimos por medio del Inmaculado Corazón de María, nuestra tierna Madre.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce siempre Virgen María!

San José, padre adoptivo de Jesús, ruega por nosotros.